viernes, 4 de junio de 2021

Los que escriben

 

Debe de ser maravilloso pertenecer a ese ejército en el que militan los que siempre saben que decir, los que tienen una palabra de amor o de deseo al borde de los labios y no les importa lo que sea de ellos. Hay otros que tienen que conformase con escribirlo, con dejar salir a través de su mano dominante las palabras que se enredan en sus dientes y su lengua y cosen sus labios para que no salgan de ellos.
Quien escribe no nos dice cómo debe ser el mundo, no está tratando de ordenar el universo, no nos está diciendo qué debemos hacer o a quién debemos amar. Homero no besó a Helena, tal vez lo deseó pero no lo hizo, pudo morir como un dios o como un guerrero pero su vida se perdió en el olvido. Dante y Petrarca solo confesaron su amor en sus versos. Shakespeare no bebió veneno, puede que lo pensara pero no lo hizo, siguió viviendo. Cervantes estaba enfadado, puede que incluso consigo mismo por eso nos enseñó los andamios del relato, los trucos del mago. Austen eligió la independencia porque eso era lo más rebelde que podía hacer por sí misma, mucho más que huir del mundo conocido en los brazos que la ahogarían, perfectos o no. Dickinson pudo explorar su intimidad porque no podía salir de sí misma, Dios sabe qué habría sido de ella. Woolf tenía sus turbulencias, su amigo, su amante y su impresor bajo el mismo techo y seguía necesitando un cuarto propio.
Podríamos seguir así hasta el infinito, la lista de los contrariados, genios o no, es interminable. Pero solo somos eso, contrariados que tratan de poner orden en su propio caos, de decir por escrito lo que sabemos que nunca podremos decir en voz alta. Ese es nuestro don y nuestro castigo por eso nos inventamos un mundo en el que podemos ser dioses o héroes, en el que podemos morir de amor porque hay alguien que muere por nosotros o renacer en el siguiente párrafo. Solo estamos creando el mundo porque nadie quiere el caos.

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